Por Juan Pablo Varsky
Lo amo. Si lo tuviera enfrente, temblaría de miedo y emoción. No podría hablarle. Si lograra pasar ese trance, pasaría un día entero comentándole sus partidos y sus jugadas. Nunca lo he visto en persona. Lo descubrí en enero de 1988 durante un viaje de estudios en Estados Unidos. Por TV, el Juego de las Estrellas de la NBA mostraba a un atleta capaz de caminar por el aire, tomarse un café ahí arriba y luego sí volcar la pelota. Aún no había libros ni videos sobre él. Internet no existía. La innovación en las comunicaciones era el fax. Al año siguiente salió su primer video "Come fly with me", como la canción de Sinatra. Ahí conocí parte de su historia, su gusto por el béisbol, su pasión por el básquetbol. Estaba tocado para ser grande.
En 1982, anotó el doble del triunfo para la universidad de North Carolina, un lanzamiento desde el costado izquierdo. En 1984, ganó la medalla dorada en los Juegos de Los Ángeles y llegó a la NBA. Chicago Bulls lo reclutó para refundar un equipo gastado. Provocó impacto inmediato. El estadio se llenó todas las noches. Los noticieros les dieron prioridad a sus partidos. "¿Viste lo que hizo este monstruo?", era la pregunta obligada en las oficinas. Las marcas se peleaban por su imagen. Su relación con Nike cambiaría el concepto del marketing deportivo. Celoso de su éxito, Isiah Thomas, la estrella de Detroit Pistons, ordenó hacerle el vacío en su primer All Star Game. Años después, llegaría su revancha. Su segundo año incluyó una lesión de tobillo que lo marginó gran parte de la temporada. Volvió, puso a su equipo en los playoffs y dio el mejor show de la historia en el mítico Boston Garden. Le anotó 63 puntos a los Celtics. Tengo el DVD original de ese partido. En el vestuario, Larry Bird dijo: "Es Dios jugando al básquet" Pero los Bulls perdieron. Durante sus primeros siete años en la NBA, él jugaba como nunca y Chicago perdía como siempre. En 1988, lo eligieron mejor jugador y mejor defensor de la liga, nunca visto. Los Pistons, de Isiah, Dumars, Laimbeer y Rodman, se encargaban de limpiarlo en los play-offs. Lo sometían con su marca intensa y sucia. "Es bueno, pero no sabe jugar en equipo. No hace mejores a sus compañeros", repetían sus críticos.
En 1990, asumió Phil Jackson como entrenador principal. Le pidió participar colectivamente. Sacrificar una parte de sus puntos para involucrar más a sus compañeros en el ataque. Todo cambió. Ahí están sus asistencias a John Paxson para sentenciar a los Lakers de Magic Johnson en el quinto juego de la final y, por fin, consagrarse campeón. Antes, en el segundo partido, dejó una jugada para la posteridad: un cambio de mano en el aire para eludir a Sam Perkins y anotar un doble. Glorioso relato de Marv Albert: "Oh, a spectacular move by.". En su libro, otro periodista, Sam Smith, lo retrató agresivo, prohibiendo que le pasaran la pelota al pivote Cartwright en el último cuarto porque arruinaba las jugadas. Se difundieron los primeros rumores sobre su compulsión a apostar.
1992. Portland en la final con Clyde Drexler amenazando su reino. Le contestó con 35 puntos en la primera mitad del Juego 1 con seis triples. Su cara de "no lo puedo creer" a Magic Johnson que estaba comentando el partido es de antología. Aceptó formar parte del Dream Team para los Juegos de Barcelona con una condición: que no estuviera Isiah Thomas. Su revancha. El libro Dream Team, de Jack Mc Callum, cuenta muy bien la historia de un equipo irrepetible. Él aprovechó la experiencia para disfrutar de una rutina distinta. Jugar a las cartas hasta la madrugada, hacer 36 hoyos de golf, llegar apenas una hora antes al estadio, marcar 20 puntos y empezar todo otra vez. Suns y Charles Barkley fueron por los Bulls al año siguiente. Les pasó lo mismo que a Portland y a Drexler. Su actuación en el cuarto juego de la final con 55 puntos es uno de sus diez mejores partidos. El abrazo con su padre en el vestuario del America West Arena tomó valor de documento histórico cuando James Jordan apareció asesinado tras diez días de búsqueda.
Anunció su retiro, el 6 de octubre de 1993, día de duelo. "Falta de deseo" su motivo. Aún hoy se especula con que David Stern, el comisionado de la NBA, se lo pidió ante la avalancha de evidencias de su vínculo con las apuestas. A la memoria de su padre, probó con el béisbol. En los Birmingham Barons, de las ligas menores. Un documental de ESPN es imperdible para recordar aquellos días de ómnibus y pifiadas con el bate. Un encuentro con BJ Armstrong, su amigo de los Bulls, sirvió para recuperar el hambre. "I'm back". 19 de marzo de 1995, día de fiesta. Volvió con el número 45, otro homenaje a James. Un tiro ganador ante Atlanta, 55 puntos en el Madison Square Garden. Parecía intacto hasta que llegó la semifinal de conferencia contra Orlando Magic. Sus errores le costaron la derrota. "Era mejor con el número 23" lo sacudió su rival Nick Anderson. "Ya no es el mismo de antes" sentenció la prensa. Durante el verano, filmó la película Space Jam con Bugs Bunny y amigos. Pidió un gimnasio con cancha de básquetbol para entrenarse en sus ratos libres. Tenía el combustible ideal para encarar la siguiente temporada: cerrar muchas bocas. Lo acompañó Scottie Pippen (también te amo). El resto del bloque había cambiado con Rodman, Kukoc, Longley y Kerr. Menos explosivo y más sabio, reescribió su propio libro con otro tricampeonato. Récord de victorias para una temporada regular (72) y jugador más valioso en las tres finales. Su doble ganador contra Bryon Russell de los Jazz. La asistencia anticipada a Steve Kerr para el tiro del título. Sus 37 puntos en Utah afiebrado, deshidratado y con vómitos. Y ese final de película, otra vez contra los Jazz.
14 de junio de 1998. Eran las 4 AM del 15 en Toulouse, pleno Mundial de Francia. La tele sintonizaba como codificado de canal porno. Aun así, pude ver cómo le robaba la pelota a Karl Malone, se sacaba de encima a Russell y, todo red, el último tiro de su carrera le daba su sexto anillo. Anunció su retiro definitivo en enero de 1999. No me dolió como el anterior. Ya había visto suficiente. Su apellido estaba en mi dirección de e-mail y en contraseñas electrónicas. Compré todos sus libros, todos sus videos. Internet me actualizaba de su vida. En 2001, volvió a volver. En Washington Wizards y como manager general. No pudo llevar a su equipo a los playoffs y el dueño lo despidió. El libro When nothing else matters, de Michael Leahy, lo describió como un egoísta inseguro. A los 40 años, promedió 20 puntos, 6 rebotes y 4 asistencias en su última temporada. Ofrezcan estos números a cualquier jugador y los aceptará encantado. En 2009, llegó al Salón de la Fama. En su discurso, sugirió que podría volver a los 50 años por amor al básquetbol. Se rieron todos. Los hará callar otra vez si se confirman los rumores de regreso. Bestial, competitivo, genio, exigente, jodido, humano, inspirador. El más grande deportista de equipo de todos los tiempos (por ahora.) Hoy, Michael Jordan cumple 50 años.
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